Comentario
En el mes de febrero de 1910, José Canalejas sustituyó a Moret en la jefatura del gobierno. Era un regeneracionista a la manera de Maura: si éste quería atraerse a la masa neutra, Canalejas había representado durante años la propaganda popular desde el liberalismo monárquico. Poseía dotes de mando y gracias a él por primera vez desde la Restauración los liberales encontraron un verdadero jefe. Como prueba de las esperanzas que despertó su nombramiento algunos intelectuales republicanos ingresaron en el partido liberal. Rápidamente supo imponerse en la jefatura de su partido e incluso los propios partidarios de Moret aceptaron su dirección aunque les pesara.
En los círculos palatinos fue recibido con temor, recelosos por el tono izquierdista con que siempre se había expresado. Por otro lado, si Maura no había experimentado dificultades en su gestión hasta casi el final de su mandato, Canalejas tuvo frecuentes problemas relacionados sobre todo con el orden público. Pero supo hacerles frente con autoridad, lo que tranquilizó a las clases conservadoras. En ocasiones fueron simples conflictos laborales aunque a veces complicados por afectar a los servicios públicos como, por ejemplo, la huelga de ferroviarios del verano del año 1912, en la que Canalejas hubo de recurrir a su militarización. Otras veces fueron súbitas explosiones de violencia sin que tuvieran un propósito revolucionario concreto.
La labor legislativa de Canalejas, comparada con la de Maura, resulta mucho más discreta pero también muy efectiva. Presentó un proyecto para sustituir el Impuesto de Consumos por uno progresivo sobre las rentas urbanas, que causó las iras de los medios acomodados. Para pedir su aprobación, Canalejas hubo de recurrir a la llamada a la disciplina y aun así 30 liberales votaron en contra. Otra medida popular fue la reforma de la ley de Reclutamiento, por la que en tiempo de guerra el enrolamiento sería obligatorio y en tiempo de paz, sin embargo, sólo duraría cinco meses si se procedía al pago de una suma de dinero. Hasta entonces existía la redención en metálico, que permitía eludir la obligación de incorporarse a filas a los jóvenes burgueses.
Sin duda las dos grandes cuestiones del gobierno de José Canalejas fueron la de las mancomunidades provinciales y la religiosa. En diciembre de 1911 los catalanes le entregaron un proyecto de mancomunidades provinciales que suponía ciertas concesiones al regionalismo. En mayo de 1912 el gobierno presentó un proyecto menos amplio que éste pero que motivó las iras de centralistas y anticanalejistas. Hubo de recurrir el Presidente a uno de sus mejores discursos para lograr su apoyo y así consiguió que la medida fuera aprobada por el Congreso y estaba pendiente de su paso por el Senado cuando el jefe liberal fue asesinado. Con respecto a la cuestión religiosa, Canalejas consideraba que el atraso cultural del clero español se debía al concordato a través del cual se financiaba la Iglesia y, en consecuencia, pensaba que lo mejor era la separación entre la Iglesia y el Estado, a la que quería llegar a través de negociaciones. Roma no lo aceptó y las relaciones prácticamente se interrumpieron.
En diciembre de 1910 se aprobó la Ley del Candado, que impedía durante dos años el establecimiento de nuevas órdenes religiosas sin autorización previa. Pero esta ley no tuvo eficacia al aceptarse una enmienda según la cual la ley perdería su vigencia si al término de esos dos años no se hubiera aprobado una nueva ley de Asociaciones y, aunque dicha ley fue presentada al Congreso en mayo del año siguiente, sin duda era un plazo demasiado corto para el parlamentarismo de la época.
La labor de gobierno de Canalejas concluyó de manera trágica cuando fue asesinado el día 12 de noviembre de 1912 en la Puerta del Sol a manos de un anarquista que no pretendía acabar con él sino con el monarca. A pesar de lo corto de su obra, Canalejas fue una esperanza del que podía esperarse mucho más y, desde luego, el único gran gobernante del partido liberal durante todo el reinado de Alfonso XIII. Sus sucesores, el primero de los cuales fue el Conde de Romanones, estuvieron sin duda muy por debajo de su talla política.